2008/03/05

¿Dónde está el límite?

El rocambolesco caso en el que se han visto envueltos, sin pretenderlo, los ciudadanos vascos Aguren Salterain y Oroitz Aldekoa-Otalora es el ejemplo má evidente de que en Euskal Herria no hay una democracia auténtica, si acaso un remedo de democracia de la más ínfima calidad.

Acostumbrados a que la palabra de policías y jueces vaya a misa, sin ningún lugar para la duda o la crítica, nos desayunamos cada dos por tres con noticias terribles, como la detención el pasado domingo de estas dos personas, que aparecían en todos los medios de comunicación como integrantes de la lista de "terroristas más buscados".

Apresados por la policía de Ibarretxe junto a su residencia familiar, el juez del TOP español decreta su libertad sin fianza, eso sí, con la obligación de acudir a comisaría dos veces por semana e imputados como colaboradores de ETA. Medidas "blandas" para disimular un tanto el escándalo, que estoy seguro serán levantadas cuando pase un tiempo prudencial.

Me pregunto que hubiera ocurrido si los hechos se producen en un país mínimamente garantista. Tal vez el ministro del Interior se hubiese visto en dificultades, tal vez el consejero autónomico de policía hubiese tenido que dejar el cargo por incompetencia en grado superlativo. Sin embargo, aquí no ocurrirá nada de eso. Todo se soluciona con una mera nota de prensa eludiendo las graves responsabilidades contraídas.

Los dos ciudadanos, alarmados por su inclusión en la lista citada, habían realizado insistentes gestiones por medio de su abogado para aclarar su situación ante el TOP. Sin embargo el Poder, así con maýuscula, prefirió unas detenciones más a una semana de los comicios a Cortes. Un domingo sin apenas información se trasformó así en loas y ditirambos a la eficacísima actuación policial, en este caso de la Ertzaintza.

Lo más triste del caso es que quienes como Ibarretxe, Azkarate, Azkarraga o Zabaleta se rasgan las vestiduras por el procesamiento a Atutxa y menudencias menores, callan ahora, probablemente muertos de vergüenza, al comprobar que todo lo que digan o hagan vendrá a reforzar al sistema actualmente imperante. Y es que es evidente que para cuestionar este lamentable estado de cosas no vale una declaración adornada de bonitas palabras, sino que se debe profundizar y reconocer que el ímite de la indignidad está todavía por verse. Pero tranquilos, que nos vamos acercando.

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