2014/02/25

El dedo de Manikkalingam

El reputado mediador internacional Ram Manikkalingam señala con su dedo índice el camino del desarme unilateral iniciado por la organización clandestina ETA en algún lugar de Toulouse. Entretanto, muchos medios de comunicación, y los Gobiernos de Madrid y París, se quedan mirando el dedo y desdeñan el inédito gesto de una estructura político-militar con más de 50 años de historia. Ese es el retrato más aproximado a todo lo que ha venido sucediendo desde que el pasado viernes la llamada Comisión Internacional de Verificación anunciara en el hotel Carlton de Bilbao la iniciativa de ETA. 


Partiendo de un prejuicio instalado en un inmovilismo enfermizo, resulta muy fácil hacer chistes sobre lo acontecido, poner en ridículo a los verificadores y restar importancia al acontecimiento. Pero esa postura es tan graciosa como estéril. Porque el mantra de la insuficiencia de cualquiera de los pasos dados por ETA nunca se aplica a las posturas gubernamentales, enrocadas en el más absoluto tancredismo político. El discurso de Fernández Díaz, bien secundado por su homólogo francés Valls, supone un amanerado canto a la inacción, al seguimiento estricto de la máxima ignaciana: "En tiempos de turbación, no hacer mudanza".



La cerrada posición de Madrid (y París) ignora el deseo casi unánime de la sociedad vasca, que demanda pasos de todas las partes hacia la resolución del conflicto, que mayoritariamente reclama que haya una adaptación de la actual política penitenciaria, que apuesta por el diálogo y no por el relato militarista de vencedores y vencidos.

Vuelvo al principio. Nos encontramos ante una coyuntura que se aproxima cada vez más al esperpento valleinclanesco. Es inconcebible que mientras una organización insurgente se apresta a iniciar su desarme, el Estado por ella combatido durante décadas, en vez de felicitarse y agradecer el esfuerzo de realismo mostrado, se empeñe en el camino de la humillación y el desdén. Resultaría escandaloso en cualquier lugar del planeta, pero en el Estado español esa postura del Gobierno es aplaudida en prensa, radio, televisión e internet como mesurada y propia de las circunstancias.

Un proceso real de desarme de una organización clandestina es extremadamente complicado en sus aspectos técnicos, una vez tomada la decisión de llevarla a cabo. Recordemos que en el norte de Irlanda el proceso se alargó durante siete años. Pero allí contaba con un acuerdo entre las partes y los verificadores eran reconocidos por ambos lados. Imagínense qué es lo que ocurre cuando los destinatarios de ese desarme no reconocen a los verificadores, boicotean la iniciativa y se ríen de ella.

Se ha echado en cara a ETA lo limitado del paquete de armas y explosivos entregados par ser sellados y puestos fuera de uso. Pero es que una organización clandestina no puede andar cargando de aquí para allá con pistolas, fusiles y pentrita como si se tratara de kits de Ikea. Es necesario tomar unas mínimas medidas de seguridad y, como han señalado los verificadores, el movimiento ha resultado muy complicado de llevar a la práctica. 

El objetivo del gesto no era cuantitativo, sino cualitativo. No se trataba de aportar cuarto y mitad del arsenal que pueda poseer la organización, sino de mostrar al mundo, a través de la comparecencia de Bilbao y de la BBC, la irreversible voluntad de ETA de desarmarse. De hacerlo de forma unilateral y dejando a un lado la exigencia de una mesa técnica para tratar con los gobiernos afectados sobre las consecuencias de la lucha armada, como se había establecido en Aiete.

Quienes se empeñan en no hacer mudanza y apuestan por mantenerse inflexibles en la ortodoxia, continuarán fijando su mirada en el dedo. Es la postura más cómoda. Esperemos que sean cada vez menos y que, por el contrario, aumente el número de ciudadanos que en esta disyuntiva histórica eleven su mirada hacia la luna a la que apunta el índice de Manikkalingam.  

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