2014/02/04

Enbata

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La alerta roja se difunde al instante por todos los medios de comunicación, incluidas las llamadas redes sociales. El mar está enfadado y puede dar problemas. Es necesario tomar medidas para salvaguardar vidas, haciendas y mobiliario público. Los esfuerzos desplegados evitan las víctimas personales, pero tras la pleamar llega la hora de hacer inventario de las cuantiosas pérdidas sufridas. No es para menos.

La naturaleza nos recuerda, puede que cada 50 ó 60 años, lo poderosa que es. La capacidad que posee para destruir lo hecho por el hombre en lugares inadecuados. Que parte del dique de Bermeo quede a la intemperie es inaudito. Nadie se lo habría podido imaginar. Que la fuerza del oleaje marino ascienda por el Urumea y acabe con las defensas de varios de sus puentes es un tributo que hay pagar, aunque sea cada medio siglo. No conviene rasgarse las vestiduras por ello.


El hombre, en su afán de construirse un mundo a su medida, ha intentado a lo largo de la historia domeñar a la naturaleza. La apropiación del fuego, su conservación y su uso supuso un salto cualitativo en ese camino. Como lo fue la utilización del viento para navegar los mares o del agua para trabajar el hierro o moler los granos de trigo. Pero una cosa es la utilización de la naturaleza en provecho de la calidad de vida de la humanidad y otra la invasión del espacio que le corresponde por derecho a ella. 

En estos días de zozobra vividos en puertos y zonas de costa, puede resultar chocante decir estas cosas, pero conviene que algunos las digamos. Nadie puede recordar ya cómo era la desembocadura natural de las aguas del Urumea al Cantábrico. El hombre ha ido transformando el lugar, ocupando con espigones y puentes parte del espacio que corresponde a las olas. No somos conscientes, hasta que el mar nos lo aclara con su bravura, que la primera línea de edificios de Zarautz se eleva en terreno arrebatado a los arenales. 

Los habitantes de estos lugares costeros se lamentan ahora de los daños causados por el oleaje, y es comprensible que obren de esa forma. Pero deberían reconocer que no conviene nunca perderle el respeto a la naturaleza, que se gobierna por sus propias leyes. Así, cuando quiere exhibir su poderío, lo hace a riesgo de destrozar haciendas, negocios, paseos y puentes, pequeños obstáculos artificiales en su afán de demostrar quién sigue mandando aquí.

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