2017/08/31

Estado de ilusión e ilusión de Estado

Puede que sea un juego de palabras tonto, pero detrás del título se esconden dos líneas de pensamiento del soberanismo que pretendo comentar. El estado de ilusión se refiere a la extendida costumbre nacional de tomar la temperatura política al país en términos de ilusión, como si se tratase de evaluar las posibilidades de que algún equipo de fútbol vasco logre conquistar de nuevo la Liga española. La ilusión de Estado se refiere a ese latiguillo que tanto se difunde últimamente argumentando que la única solución al problema nacional pasa por un Estado vasco. Se entiende que soberano.



Pulsar el estado de ilusión del país es un ejercicio tan esotérico como adivinar el grado de acidez de la próxima cosecha de sidra. Depende con quién hables, con quién te muevas, a qué lugares y actos asistas, el grado de ilusión variará de forma considerable. Si hablamos de picos de ilusión, podemos remontarnos a los años 76/77, en los que se desató una ilusión colectiva desbordante tras la desaparición, de forma natural, del Dictador. Una ilusión que a algunos hacía presagiar que nos encontrábamos en la víspera de la toma del Palacio de Invierno, pero que con el paso del tiempo, tal vez por el nombre del dichoso palacio, nos empezó a dejar un tanto fríos. 


Hemos conocido décadas de autonomía, de división administrativa en tres compartimentos estancos, de violencia armada, de represión, de muertes casi a diario, de torturas sistemáticas, de movilizaciones, de avances y retrocesos. Pero al final del camino nos encontramos lejos de las enormes expectativas que se crearon en aquellos años de finales de los setenta. Parecía que todo iba a cambiar, a mejor, pero no ha sido así, al menos en lo que respecta a la consigna central, independencia y socialismo para Euskal Herria.

Periódicamente surgen iniciativas que logran despertar esa ilusión. Antes la Marcha por la Libertad o el Bai Euskarari, la última, con sus notables diferencias, Gure Esku Dago. En medio la acción impulsada por los sindicatos ELA y LAB que fraguó en el Pacto de Lizarra-Garazi. Momentos de emoción popular que por una u otra razón acaban por diluirse con el paso del tiempo y la vuelta a la "normalidad" institucional.

Si algo se le puede reprochar a la izquierda abertzale en general, sin siglas concretas, es precisamente la utilización de ese concepto de ilusión como generador de dinámicas políticas ofensivas, cuando las organizaciones políticas que se pretenden revolucionarias deben basar esas dinámicas en una estrategia clara, sin ambigüedad y eligiendo aliados coyunturales para el camino de transición al puerto al que se pretende llegar.

El más torpe de los analistas políticos sabe de sobra que la expectativa independentista está en descenso en nuestro país, que en el mejor de los casos, y referida a la CAPV, rondará entre el 25% y el 30%, aunque hay estudios que la sitúan por debajo del 20%. Con respecto a Nafarroa Garaia e Ipar Euskal Herria las cifras serían aún más modestas. Esa es la tozuda realidad y a ella hay que enfrentarse con iniciativas ambiciosas que no deberían pasar por la socorrida escapatoria de pedirle al PNV que haga de lo que no es. No sé si el PDeCat desea una república de trabajadores de todas las clases para Catalunya, pero lo que sí está claro es que el PNV no la quiere para la CAPV-Euskadi.

Por lo tanto, habría que empezar a dejarse de hablar de generar ilusión, de tener audacia y de acumular ambición, y pasar a dibujar una estrategia coherente, profunda, que surja desde los pueblos y barrios del país, desde abajo, no desde las élites políticas. Una estrategia que tenga por objetivo aumentar el caudal independentista, hasta ponernos en niveles de, al menos, el 45%. Luego sería más fácil trabajarse una mayoría holgada de cara a un futuro referéndum de autodeterminación. Menos ilusión, más estrategia.

Ilusión de Estado

En los últimos años se ha extendido la idea de que la solución a todos los problemas, por ejemplo el euskara, pasa por tener un Estado propio. Que se lo digan a los irlandeses y al gaélico. Una idea que ha sido abonada por sectores de izquierda, pero también por rancios colectivos nacionalistas contrarios a las vías revolucionarias. Parece ser que para éstos la consecución de un Estado abriría todas las puertas.

Pero los defensores de esa tesis se olvidan que tenemos Estado, no uno sino dos, y que la totalidad de nuestras fuerzas políticas trabajan en las instituciones de esos dos estados, el español y el francés. Parece que no nos queremos dar cuenta de que el Gobierno Vasco, el Navarro, las tres Diputaciones, los Ayuntamientos... forman parte del Estado, son Estado puro y duro. Por tanto no se trata de crear un Estado ex novo, como algunos parecen sugerir, sino de transformar lo que tenemos y ponerlo al servicio de un proyecto soberanista.



Iñigo Urkullu y Uxue Barkos son los máximos representantes del Estado español en los territorios en los que gobiernan, por tanto forman parte de una estructura estatal con cabeza en Madrid. Lograr que mediante una dinámica soberanista esa estructura estatal pasase a ser de raiz vasconavarra, sin ataduras con Madrid, sería el objetivo a conseguir.

Euskal Herria no es una nación sin estado, como se suele argumentar de forma errónea, sino una nación sin Estado propio. Un error que se desprende también de consignas políticas independentistas del estilo "Nos vamos". No nos tenemos que ir a ningún lado, los que se tendrían que ir son los reductos del Estado español y francés que siguen ejerciendo el poder en nuestro país, al tiempo que las instituciones realmente existentes pasarían de obedecer a la legalidad española y francesa para pasar a hacerlo a la nueva legalidad de Vasconia soberana. No es un problema de Estado, sino de masa crítica favorable y decisión política para dar el paso. Así de sencillo, o de complicado, es el asunto. 

Otro hilo de debate se abriría ante la futura existencia de ese Estado vasco soberano, sus implicaciones de clase o sus rasgos autoritarios. Ahí surgiría una desobediencia popular ante ese nuevo Estado, más o menos minoritaria, pero con plena autoridad para ejercer una sólida oposición. Pero esa es ya otra historia.⧫  

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